BARRÍA
cada mañana la casa y el pedazo de calle. Un día, se amontonó la pelusa nueva sobre la vieja. Y, en adelante,
fueron olvidadas bajo el peso continuo de los resplandores grises de las recién llegadas.
Se sentó en la mecedora frente al balcón abierto... un cimbreo imperturbable...por él desfilarían lentos días y noches de silencio. Su mente vaciándose con el viento penetrado en el cuarto.
Un amanecer, se levantó natural y dejó tras de sí la puerta de la casa abierta. Su figura se desvaneció en un horizonte curvado.
La mecedora continuó asintiendo luna o sol, hasta detenerse sobre dos puntos de la superficie. La pelusa lo cubrió todo a hilvanes de viento.
Surgió el sol por un horizonte, y desapareció la casa definitivamente.
Araceli
viernes, 30 de abril de 2010
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1 comentario:
Genial, Araceli. Gracias, me encantó.
Íñigo
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