EL TIEMPO PASA
El tiempo pasa y no nos damos cuenta hasta que ocurre algo que nos hace pararnos y reflexionar.
Esta mañana he ido a la sala de exposiciones del Ayuntamiento para ver la muestra de casas de muñecas, que ya terminaba. Al entrar, me he encontrado con mi amiga Celia que, en nuestra infancia, íbamos al colegio juntas y éramos inseparables. Ella iba acompañada de una amiga y me han invitado a ver las casitas con ellas.
Lo he pasado muy bien, porque ellas tienen su propia casa de muñecas y contaban las piececitas de los interiores que tenían o que se habían regalado y decía Celia que los trapitos de costura que hacíamos en el colegio los había utilizado para colcha de una camita o para hacer un mantelito para una mesita. Me hacía gracia.
Cuando llegó la hora de cerrar y nos fuimos a nuestras respectivas casas, iba yo caminando por la acera que da el sol y me iba acordando de nuestra infancia, ese tiempo del despertar de la inocencia.
Iba recordando cuando íbamos a casa por lo que es ahora la Gran Vía, que antes estaban ahí las vías del tren, pero que ya las habían levantado y habían quitado todos los restos ferroviarios y habían echado gravilla en el suelo y habían puesto allí los caballitos por las fiestas y, cuando se los llevaron, dejaron una caseta sobre una plataforma con escaleras y nos dejaron entrar. Era una caseta que tenía que ver con el campo y la ganadería.
Cuando estuvimos dentro era como si estuviésemos dentro del cuerpo de una vaca, que no nos interesaba nada y todo fue entrar y dar la vuelta rápido pero, cuando ya íbamos a salir, resulta que la vaca tenía dentro de su propio cuerpo un ternerito y nos quedamos paradas en seco a observar tal prodigio y salimos y nos preguntábamos que cómo podía ser eso y nos entró la risa y nos tapábamos la boca con nuestras manos cruzadas y nos fuimos para casa.
Cuando llegó el verano, fui con mi familia al pueblo. Como entonces no íbamos con coche, que íbamos en el autobús de línea, no llevábamos juguetes. En el pueblo, las niñas no tenían juguetes, ni una muñeca ni nada. Los niños jugaban con unas pelotas que se hacían ellos mismos con trapos, formando una bola y apretados con lana.
Pues enfrente de nuestra casa estaba el matadero y, cuando mataban una oveja, allá que estábamos para ver todo aquello. Pero un día ocurrió algo sorprendente: al abrir el vientre de una oveja sacrificada se encontraron con que dentro tenía un corderito. Yo fui a casa y le dije a mi madre que una oveja se había comido un cordero o a su hijo, que era muy pequeño y mi madre no dijo nada.
Al terminar el verano, regresamos a Logroño y al colegio. Un día fui a casa de Celia y estábamos las dos haciendo deberes en la mesa camilla del cuarto de estar. Ella salió y vino con un cuento, a todo color, que tenía su padre, que era sanitario pero no se lo había enseñado y lo abrió justo por la página que me tenía que enseñar: era una mujer desnuda y que dentro de su tripa tenía un bebé. Y ya no vimos más porque mi amiga, rápidamente cogió el cuento y lo tiró debajo de la mesa por si entraba su madre y nos veía con aquello y a las dos nos latía el corazón muy deprisa.
Y así es cómo nos fuimos enterando de las cosas, porque entonces nadie nos explicaba de dónde venían los niños y lo teníamos que averiguar por nuestra cuenta.
Pilar
jueves, 20 de mayo de 2010
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