viernes, 14 de mayo de 2010

Concurso de relatos 2010

La Clepsidra.

Lizbeth miraba absorta como los diminutas gotitas de agua cristalina iban cayendo lentamente sobre el suelo del bulbo inferior de la clepsidra, que su abuelo le regalo cuando apenas cumplió los cinco años. Lentamente caían formando un diminuto charco que crecía de forma acompasada e inexorable, mientras su mente y su alma unidas vagaban por los sitios más recónditos de su memoria.

Los solitarios juegos producto de su imaginación, que en aquel jardín paradisíaco franqueado por altos muros de piedra y al otro lado de los cuales se extendía todo un mundo que ella desconocía, habían conformado su infancia. A veces, trepaba por las gruesas ramas del magnolio y miraba las tierras que se perdían en el horizonte deseosa de escapar de su jaula de oro, donde tenía todo a lo que materialmente se puede aspirar.

Las gotitas formaban círculos concéntricos al caer sobre el agua que se iba depositando, entonces recordó su adolescencia entre el internado suizo y los veranos a cargo de la tía Agnes, nadie pudo obtener una educación más refinada y exquisita, pero anhelo siempre los juegos, las correrías por las calles de los pueblos, incluso el pelear y discutir con alguien de su edad, poder mancharse la ropa y no preocuparse por que se rompiera.

Cada vez quedaba menos agua en la parte superior del reloj, ella iba de un recuerdo a otro sin poder hacer nada por evitarlo. Rememoro cómo habían concertado su matrimonio con el primogénito de una de las mejores familias de la ciudad, su vida seguía siendo lo que cualquiera podía anhelar, siempre lo mejor de lo mejor y poco después, tres hijos tan perfectos y maravillosos, como su perfecta y maravillosa vida.

Apenas quedaba unas pocas gotas por pasar al otro lado, ahora había tomado una decisión, cuando cayó el último ápice de líquido, metió la clepsidra con el resto de sus pertenencias en la maleta, la cerró, bajó lentamente las escaleras, y volvió las puertas de todas las habitaciones hasta oír el resbalón del picaporte.

Salió de la casa sin mirar atrás y dio el primer paso para empezar a vivir su existencia, no sabía que pasaría a partir de ahora, que le depararía el futuro, donde, de qué y con quien pasaría los años que le quedaban, quería intensidad, naturalidad, espontaneidad, frescura, en una palabra quería aprender a vivir y esperaba que no fuese demasiado tarde, tenia tanto que hacer y le parecía que le quedaba tan poco tiempo. La suave brisa le acariciaba el rostro y a pesar de que las lágrimas corrían por sus mejillas sonreía esperanzada.

Caminaba con paso tranquilo y firme por el bulevar mientras los rayos del sol atravesaban las ramificaciones de los arces, la ciudad bullía en actividad, la gente deambulaba en todas las direcciones, los niños jugaban en plazas y parques, los coches transitaban por la calzada, las fuentes cantarinas chapoteaban… Un mundo nuevo se abría a sus ojos lleno de luz y color.

                                                                      
                                                                          Gloria

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